22/06/17
El Barco: una estación de trenes quedó entre fincas de citrus
Por las calles de tierra pasan los carros con leña para hacer frente al frío. Nadie sabe la razón del curioso nombre del pueblo.
HOJAS EN EL PATIO. El coqueto edificio donde funcionó la boletería y el andén de la estación de trenes El Barco tiene una amplia arboleda con césped. LA GACETA / FOTOS DE JORGE OLMOS SGROSSO.-
Hubo un tiempo en que era el centro de la vida comercial de la región, que comprende a La Ramada, El Rodeo, La Cañada, Taruca Pampa, La Cruz y Benjamín Paz, entre otros pueblos del noreste tucumano. Eran tiempos en que llegaban los pasajeros presurosos con sus maletas; lo hacían en carruajes por los caminos de tierra. Algunos entraban con animales a cuestas: gallinas, pavos, que servían para las ventas del día. Otros venían con las cargas de las cosechas; en especial de trigo, que se llevaba el tren hacia San Miguel de Tucumán. Después, la producción seguía su camino hasta el puerto de Buenos Aires, pero siempre por vía férrea.
Rosa Martín, de 72 años, todavía recuerda los tiempos en que, a la hora de la siesta, llevaba a sus hijos al final de la finca para que vieran el paso del tren. “Ellos debían tener dos y tres años y les gustaba -recuerda la vecina-, porque el tren iba dando el pitido fuerte en señal de que estaba cerca de llegar a la estación”.
La mujer, hija de inmigrantes españoles, no sabe por qué se llama El Barco. Pero sí está segura de que extraña el transporte ferroviario. “Una vez por semana me iba a la ciudad y llegaba antes que el colectivo”, resalta. La vecina dice que, en aquella época, los pobladores se trasladaban a la capital tucumana para comprar los comestibles por mayor: bolsas de azúcar, de harina, de maíz y tantos otros productos que movían a través de las vías.
El tren apagó el motor por última vez a mediados de 1968 y nunca más volvió a encenderlo. Con el paso del tiempo se desmantelaron las vías y se llevaron los durmientes. La coqueta estación todavía sigue en pie, rodeada por álamos y eucaliptos. El andén está intacto, pero todo el predio pasó a manos privadas. Los lugareños aseguran que el dueño de lo que fue la estación de trenes es Oscar Paz, el ex intendente de la capital tucumana (asumió en octubre 1995 y renunció en julio de 1999).
José González (78 años) es el sereno del lugar. Él nació en Atahona, pero dejó su tierra para moverse al norte. “Mi patrón compró por aquí cerca y yo tenía que traer la carga de trigo para que se la lleve el tren -detalla-; teníamos que descargar las bolsas del camión y cargarlas en los vagones”.
El vecino tampoco conoce el origen del nombre del lugar. “Cuando yo he venido para aquí ya estaba la estación con ese nombre. Al frente de la gran casona vive Ana María López. Ella admite que no hay ríos ni lagunas a decenas de kilómetros a la redonda. No me explico la razón del nombre, pero toda esta zona llega hasta la finca de limones -dice mientras estira la mano hacia las plantaciones de citrus-, y del otro lado hasta la ruta”.
Leña para el carbón
En el paraje El Barco, ubicado en La Cruz de Abajo, hay apenas un puñado de familias. La mayoría trabaja en el campo; en especial en las cosechas de citrus. Es común ver por los caminos de tierra a los carros tirados a caballo que llevan una carga repleta de leña. Los vendedores de leña están en temporada alta para hacerle frente al frío y también para “prender el horno para hacer pan casero”.
Luna tiene cinco años y Petiso es mayor con ocho años. La yegua y el caballo tiran el carruaje cargado con trozos de mora y de algarrobo. Avanzan lentamente con la pesada carga por el sendero, rodeado de limones. Luis Trejo (30 años) conduce el carro con la experiencia de un hombre de campo. “La yegua es ‘varera’ -explica Luis-; porque va entre las varas, es la que pilotea. Siempre hay que poner al animal más fuerte y manso entre las varas”.
A unos 300 metros viene otro carro también repleto de leña. Bajo el sol del mediodía, sigue el trayecto en busca de sus clientes para aliviar la carga. En El Barco no hay plazas, ni iglesia, ni cementerios. Cuando fallece alguien del lugar lo sepultan en el cementerio de La Cruz. Lo mismo pasa cuando quieren ir a misa: los lugareños asisten a la capilla de la Santa Cruz.
Hasta hace dos semanas había un cartel en la entrada a otra casona en la que podía leerse El Barco. Pero la propiedad, que perteneció al ex ministro de Gobierno, Alberto Germanó, se vendió a un nuevo dueño, que quitó la cartelería. Muy poco va quedando de aquellos años de esplendor en los que le tren marcaba el latido del pueblo. Apenas el nombre, pero nadie sabe siquiera por qué se llama así. (La Gaceta)