31/08/15
Tren a las Nubes: con las vías apuntando al cielo
Seguir al Tren a las Nubes desde la ruta es una interesante opción para descubrir. No sólo por la experiencia en sí, sino a partir de una notable geografía que, con paisajes memorables, desafía por igual a los amantes de las alturas y del turismo fotográfico.
Acompañar desde la ruta al Tren a las Nubes en su derrotero desde la ciudad de Salta hasta el viaducto Las Polvorillas, a 4.200 metros sobre el nivel del mar, por valles, yungas y la puna, es una opción que suma adeptos con vehículo propio o combis de turismo.
Se puede salir de la Capital después del tren (parte a las 7) y hacer la primera parada para verlo pasar en Campo Quijano, el Portal de los Andes, donde exhiben una de sus antiguas locomotoras a vapor y una escultura del ingeniero norteamericano Richard Maury, constructor de ese ramal, cuyos restos descansan en este pueblo.
Más adelante, en la Quebrada del Toro, empieza el camino de ripio que bordea el río del mismo nombre y, luego de pasar bajo el primer viaducto -de unos 250 metros de largo- que une Campo Quijano con Aguas Blancas, se sigue en subida junto a la vía.
La quebrada se extiende una veintena de kilómetros hasta Puerta de Tastil, pero en esa zona profunda se pueden ver unos pintorescos amaneceres, cuando los primeros rayos del sol atraviesan la bruma del sereno y las polvaredas, con las montañas azules al fondo, todo encajonado por las laderas aún en penumbras.
Después de la estación Chorrillos, donde el tren sube el primer zigzag, que le permite ascender un centenar de metros en una muy corta distancia, el paisaje se llena de cardones y, a partir de Gobernador Solá, la locomotora empieza a levantar polvareda debido a que, para un mejor agarre en la cuesta, le vuelcan arena en las ruedas motoras.
Después, la vía se desprende de la ruta y el tren se pierde entre las montañas y, por un rato, los automovilistas disfrutan sin distracciones del imponente paisaje de la prepuna.
La experiencia se realizó en un vehículo del Ministerio de Turismo de Salta, cuyo conductor, Juan Guantay, conocedor al detalle de todo el recorrido, se alejó varias veces del circuito de las empresas de turismo para no repetir su propuesta y mostrar algunos atractivos diferentes.
Así fue posible parar en Alfarcito, a 2.800 msnm, y ver su pequeña iglesia de dos torres rojas, en una zona donde ya no hay cardones debido a la altura, y donde las laderas muestran manchones de roca pelada por desmoronamientos, que brillan como rojas heridas al sol de la mañana.
También, entrar a Santa Rosa de Tastil, para visitar su feria artesanal con productos locales y bolivianos, ver desde afuera el Museo Arqueológico y la parroquia de Santa Rosa de Lima, y sobre el cerro, el sitio arqueológico más grande de Argentina.
A esa altura el aire empieza a enrarecerse por la falta de oxígeno y el cuerpo se torna lento y pesado, por lo que el chófer echó mano a las indispensables hojas de coca para combatir el "soroche".
En la Planicie de Muñano, otra curiosidad: entre pastos amarillentos corren hilos de agua que caen en un salto dentro de una grieta y forman un arroyo, pero pese a que la mañana era soleada, la cascada estaba paralizada, congelada en su caída, como en un disparo fotográfico y el lecho era un espejo de hielo.
La subida sigue y un cartel anuncia en Abra Blanca que se está a 4.080 msnm, el comienzo de la puna, con las cumbres nevadas del Abra del Acay a la vista, pero lejos a la derecha.
La vía y la ruta se reencuentran en un punto del altiplano en el que el tren sale de uno de los últimos túneles, donde el grupo de turistas esperaba con las cámaras dispuestas.
Pero Guantay tomó un desvío por un difícil camino pedregoso hasta casi la cima de un cerro, desde donde se dominaba un imponente paisaje previo al túnel, con una vista única y exclusiva para baqueano. (D Popular)