27/03/15
Errores (y efectos) de idas y vueltas con ferrocarriles
En una de sus tantas cadenas nacionales, la presidente Cristina de Kirchner anunció la estatización de los ferrocarriles nacionales, dictando luego el decreto correspondiente.
La señora Presidente se fundó para ello en los lamentables accidentes ferroviarios acontecidos periódicamente en nuestro país, que ponen de manifiesto el también lamentable estado de los ferrocarriles en la Argentina, desconociendo que ello aconteció precisamente desde que fueran estatizados por el presidente Perón en aplicación de ideologías ajenas a la de la Constitución Nacional de 1853.
Se trata de lo contrario de lo que afirma falazmente la señora Presidente. Los ferrocarriles "privatizados" en la década del 90, en una muestra más de que se trató de una década decididamente estatista y antiliberal, no tienen absolutamente nada de privados, sino que fueron y siguieron siendo esencialmente estatales durante los gobiernos de Néstor y Cristina de Kirchner.
Pues conforme los pliegos licitatorios suscriptos en el año 1995, el Estado, además de ser el propietario de la tierra por donde se apoyan las vías férreas, era el responsable de realizar las inversiones en vías, máquinas, vagones e infraestructura, en cuanto permanecían bajo su propiedad. Las empresas "privadas" eran meras concesionarias que sólo asumieron la obligación de administrar y gerenciar el servicio, es decir, de hacer transitar los trenes de propiedad estatal. No hubo ni una locomotora, ni un vagón, ni una estación y ni un metro de vía férrea que fuera de propiedad de ninguna empresa privada.
El espantoso estado de los ferrocarriles, es, en consecuencia, responsabilidad directa e intransferible del Gobierno nacional, y, principalmente, del sistema de concesión, pues si los ferrocarriles hubieran sido realmente privados y sin la menor injerencia estatal, como ocurrió en épocas en que eran de propiedad británica, los argentinos podríamos gozar y estar orgullosos de ese medio de transporte extraordinario, hermoso e incomparable. Baste ver en Europa, en Japón y en los EE.UU. la belleza y puntualidad de los trenes, para advertir la enorme diferencia de calidad y cantidad que los separa de los nuestros.
Obviamente, ninguna empresa concesionaria del servicio va a realizar inversiones millonarias para que pasen a propiedad del Estado. Primero porque no fue la obligación asumida. Y segundo porque estaría regalando su dinero al Estado. Es pura naturaleza humana. En la empresa privada, por el contrario, al invertir en lo propio el empresario no pierde el dinero sino que valoriza su propiedad; si el emprendimiento es exitoso, el empresario obtiene ganancias; si es ruinoso, es el propio empresario quien pierde, y por ello tiende a ser eficiente y a prestar un buen servicio, salvo que el Estado se entrometa fijando tarifas y otras limitaciones a la propiedad privada. En cambio, siendo los ferrocarriles de propiedad estatal, el concesionario -que opera en su propio interés, como todos los seres humanos normales, salvo, claro está, la señora Presidente, cuya generosidad con lo ajeno es bien conocida- se desentiende de la infraestructura y la calidad de los trenes, pues esa obligación sigue conforme los términos del contrato en manos del Estado, no del concesionario.
Por otra parte, la política de subsidios a los ferrocarriles implementada por el Gobierno nacional, sólo sirvió para generar y posibilitar la corrupción, y hacerle pagar por el servicio a quienes no lo utilizan, además de darles a quienes lo utilizan un pésimo servicio, pues la infraestructura se deterioró más de lo que ya estaba. Tanto que, como en el terrible accidente de Once, llegó a costar muchas vidas humanas, cuyo valor trasciende lo económico.
La reciente inauguración de la nueva locomotora y nuevos vagones a Mar del Plata es una de tantas pruebas de lo que afirmo. El tren demoró siete horas y media en realizar el viaje, que en los años 40 demoraba sólo cuatro horas. Una contundente muestra de cómo funciona el Estado, al que la señora Presidente tanto defiende por conveniencia política y puro populismo.
El día que la Argentina se decida a tener ferrocarriles exclusivamente privados bajo ciertas condiciones de competencia y control, se verán trenes elegantes, cómodos, rápidos y puntuales. Mientras tanto, no nos quejemos de su lamentable estado porque ello es consecuencia directa del modo de pensar de la mayoría de los votantes y de la demagogia del Gobierno. (Ámbito Financiero)