02/12/14
Brasil, en medio del corralito argentino
El equipo económico está a punto de quebrar una década larga de hegemonía brasileña en el comercio bilateral. Según datos del INDEC, entre enero y octubre la Argentina acumuló un superávit de US$ 145 millones, magro pero enorme comparado con el déficit de US$ 4.800 millones de 2011, o sea, de apenas tres años atrás.
No fue un milagro de las políticas oficiales ni ocurrió nada que haya alterado sustancialmente las causas que explicaban los déficits pasados. Hay algo mucho más simple: que las compras a Brasil sufren como ninguna el torniquete del Gobierno.
Puesto en cifras del INDEC, en los diez primeros meses del año las importaciones de ese origen cayeron 24% –nada menos que 37% las de automotores y autopartes–, contra un promedio general del 11%. Es un número grande comparado con el 14% que le tocó a la hoy opaca Unión Europea y enorme respecto del 2% de China, aunque aquí pesen los trenes y el material ferroviario previstos en un arreglo oficial directo.
Semejantes diferencias son pasto para los reclamos de funcionarios e industriales brasileños, que se sienten discriminados por el gobierno argentino y denuncian que sus productos son desplazados por bienes similares de otros países; entre ellos, algunos chinos que no son justamente ferrocarriles. De hecho, Dilma Rousseff ha puesto hace tiempo en el freezer su amistad con Cristina Kirchner.
Resultan llamativas en un contexto así las gestiones que Jorge Capitanich y Axel Kicillof mantuvieron la semana pasada, en Brasilia: entre otros, con el asesor presidencial, Marco Aurelio Garcia, con el jefe de Gabinete, Aloizio Mercadante, y el canciller Luiz Alberto Figueiredo.
Tan llamativa como eso fue la cantidad y la trascendencia de los temas que, según un comunicado de Kicillof, abordaron. Desde “trabajar en el fortalecimiento de la agenda bilateral” hasta “la integración productiva”y el desarrollo conjunto de las industrias automotriz, naval, siderúrgica y aeronáutica, la energía y el comercio. Todo, imposible resolver en un viaje relámpago y justo cuando Dilma estaba ocupada en el nombramiento de los nuevos ministros de Hacienda y de Planificación y empezaba a ponerle sello económico a su segundo mandato.
Mejor sería pensar, entonces, en que otros motivos movilizaron a Capitanich y a Kicillof. Y de ellos el que parece más a mano es, justamente, la posibilidad de que ambos hayan ido a pedir tolerancia con el trato comercial ante las dificultades que enfrenta la Argentina. El punto es que, vistas las diferencias con otros países, la paciencia brasileña ya haya cruzado el límite.
Brasil también la tiene complicada con sus exportaciones y el mercado argentino era una pieza central para su producción industrial. Por lo demás, el propio Kicillof negó que el pleito con los fondos buitre hubiese figurado en la agenda.
Lo definitivamente cierto es que aquí las exportaciones llevan catorce meses consecutivos en caída. Y eso que en cualquier lugar sería mucho, resulta muchísimo cuando la falta de divisas apremia: sólo entre 2013 y 2014 se han perdido ventas al exterior por US$ 7.700 millones, equivalentes a casi la cuarta parte de las reservas.
Falta decir que en ausencia de inversiones y créditos externos, las exportaciones son por lejos la mayor fuente de dólares con que cuenta el Gobierno. También, que no es un argumento enteramente apropiado poner la culpa del bajón en la crisis internacional. Datos de la Cepal correspondientes al primer semestre revelan que otros países de la región han aumentado sus ventas al exterior, como Uruguay, Paraguay, Ecuador y Bolivia, y que entre aquellos donde cayeron ninguno iguala el 11% acusado por la Argentina. El promedio anota un repliegue de apenas 0,3%.
Ocurre, en realidad, que las políticas oficiales o la falta de ellas han descolocado hasta a producciones nacionales antes muy competitivas, como la carne y el trigo, donde hemos perdido mercados a expensas de vecinos y no tan vecinos. Algo similar sucede con las economías regionales: para el caso, los ejemplos del vino y de las frutas.
La decisión de fijar el tipo de cambio como única estrategia antiinflacionaria, cuando los costos internos crecen a una velocidad distinta y en el mundo el dólar se revaloriza, no es precisamente un buen aliciente. Tampoco, trabar importaciones de insumos esenciales para elaborar bienes destinados al mercado internacional o demorar el reintegro de impuestos. Y todo coronado por serios déficits de infraestructura: “A veces, los que pueden o les conviene, salen por el Pacífico para zafar del problema con nuestros puertos”, afirma un especialista en comercio exterior.
Así es posible encontrar en las góndolas de los supermercados productos que habían sido pensados para exportar. Que cada vez más pymes queden fuera de juego y que los grandes ganadores sean aquellas empresas en condiciones de conseguir financiamiento de afuera, lo cual es un modo de concentrar los negocios.
En las estadísticas de la Cepal también cuesta dar con países que apliquen a sus importaciones torniquetes parecidos al de la Argentina. En varios han crecido, como en Uruguay, Bolivia, Colombia y México, pero allí donde bajaron nadie emparda al 11% que el INDEC canta para los primeros diez meses. El promedio de América latina y el Caribe muestra un retroceso del 0,6%.
La cuestión es que ni esto alcanza para mejorar el saldo comercial, cuando las exportaciones van deslizándose por una pendiente que no escuentra piso. Basta con un dato: el superávit de enero-octubre fue el más bajo desde la convertibilidad.
Los desarreglos en frentes clave, como la inflación y el retraso cambiario, el fuerte desequilibrio fiscal y la pérdida de competitividad de las exportaciones, no serán resueltos durante el tiempo que le resta a la gestión kirchnerista. Eso es seguro, y luce bien razonable que los equipos de los candidatos presidenciales ya estén pensando en las maneras de enfrentarlos. (Clarín)