29/04/14
El tren de las 19, la Villa 31 y el cansancio de este mundo
Y allí vamos en medio de la comparsa entre los puestos de medias y de chipás, sanguches de milanga y muñecos insalubres de plástico chino.
Bajo del andén con la masa humana que lleva el ritmo del sopor. Estamos en la Estación Retiro llegando desde Caseros, Provincia de Buenos Aires, en el tren del Ferrocarril San Martín, ese de los vagones nuevos que hace pocos días inauguraron. Son las siete de la tarde y a la Capital la copa un ejército de hormigas. Hora pico. Viernes. Salida del laburo. La gente, miles y miles de nadies, va cabeza gacha subiendo y bajando escaleras fijas y mecánicas. No tiene música el fotograma pero de haberla tenido sin dudas sería una cumbia cabeza que sostiene el cansancio del mundo de los invisibles, para que no paren. Y no caigan.
Y allí vamos en medio de la comparsa entre los puestos de medias y de chipás, sanguches de milanga y muñecos insalubres de plástico chino. Un enano deforme le mira el culo a la mujeres -su cabeza da justo para ese entretenimiento- mientras ofrece barras de chocolate a 5 por 10 mangos. La gente no compra y sigue ignorando todo lo que pasa y no pasa. Cada integrante de la manada anónima tiene un solo destino: volver a la casa. Pensar en nada y pensar en todo a la vez o por oposición.
La Villa 31 de Retiro luce erecta al costado de las vías. Miles de casas sin terminar, otras sin empezar y la mayoría sin más color que el del ladrillo block anaranjado opaco visten sus ventanas y agujeros con ropa tendida que flamea como bandera de un territorio ocupado por los expulsados del paraíso y de la ciudadela de la prosperidad. Allí vive parte del pueblo argentino pleno de inmigrantes no deseados. No son alemanes ni ingleses ni franceses. Son paraguayos, peruanos y bolivianos de la América profunda que conquistan sus derechos. Nadie regala nada en este maldito mundo. Y eso estremece.
Es otra Buenos Aires, otra parte de la Capital, como Constitución u Once. Donde un chori vale 17 pesos. Donde se reparte gratis el diario El Argentino para apurar el viaje. Donde el pasaje en tren de Retiro a Caseros (localidad del primer cordón del conurbano bonaerense) sale 1 peso con 35 centavos gracias al subsidio del Estado Nacional. Ir de Mendoza a Capital y meterse en el conurbano en tren implica una nostalgia reparadora. Metido en vagones atestados de gente que siente y vibra la vida cotidiana en la piel tatuada. Casi una experiencia dionisíaca.
Por eso el odio de los pudientes que no toleran que se redistribuya parte de la riqueza nacional para subsidiar un servicio de transporte a precio popular. Porque lo que odian en el fondo es al negrito cabeza que goza de esa migaja de derecho. El objeto del odio son esas gentes y el desplazamiento apunta hacia el gobierno que haga algo por ellos. Es corta la bocha.
La larga peregrinación entra a la estación de subte como un embudo y casi en el aire bajamos todos hasta el andén. Es como un ritual a la salida del trabajo en una inmensa urbe bajo el crepúsculo. La manada se dispersa pero somos demasiados para el subte. Igual entramos. Y las puertas del vagón escupen humanos en cada estación del centro. A mí me escupe en Estación Independencia porque voy a San Telmo. Prendo un pucho y me paro en una verdulería a comprar una naranja y dos mandarinas y no tiro las cáscaras porque son las que uso de cenicero en el hotel de una calle llamada Estados Unidos. (MDZ / Mendoza)