11/11/13
La década perdida en materia ferroviaria
No queda más que tener paciencia y esperar que los contratos se cumplan en las fechas pautadas para que aparezcan trenes nuevos en las vías argentinas. La Argentina se dio el lujo de despilfarrar una década -la que el oficialismo nacional define como "ganada"- en materia ferroviaria. Y mal que les pese a Mauricio Macri y a Florencio Randazzo, los vagones y las locomotoras no se compran en un bazar: hay que encargarlos, pagarlos y esperar meses y hasta años hasta que salgan de la línea de producción.
Por primera vez en diez años, el ministro del Interior y Transporte y el jefe de gobierno porteño se pusieron a hacer. Randazzo anduvo meses buscando culpables a los que endilgarles el calamitoso estado de los trenes. Apuntó a empresarios, sindicalistas y empleados, con tal de no mirar a un compañero de gabinete, el ministro de Planificación Federal, Julio De Vido, máximo responsable del transporte durante nueve largos años de calamidad ferroviaria.
Hubo cientos de excusas, decenas de muertos y miles de millones de pesos en oscuros subsidios. Randazzo sabe desde el primer día que no puede señalar culpables del desmanejo. Conoce como pocos que si recorre ese camino terminará tocando timbre muy cerca del despacho de la Presidencia. En el kirchnerismo, la subsistencia depende mucho del silencio.
Con ese panorama se puso a hacer lo que inexplicablemente su Gobierno pospuso. Avanzó con obras que Néstor Kirchner, el ex secretario de Transporte Ricardo Jaime y Claudio Cirigliano, otrora gerenciador de los ramales Sarmiento y Mitre, ya habían detectado como impostergables en 1995. Compró vagones a China y decidió que los talleres ferroviarios argentinos, subsidiados durante años por el kirchnerismo, se dediquen a la chapa y pintura, mientras importaba la tecnología.
Macri, en cambio, sí tiene a quién echarle la culpa. El desmanejo ferroviario nacional arrasó al subte. Él trató durante un año de hacer malabares con los vagones y explicar que era una víctima más de la desidia en materia de transporte. Pero sabía que si mantiene su proyección nacional, no le resultaría fácil explicarle a un poblador de La Quiaca, Ushuaia o Mendoza que con sus impuestos pagaba el subte porteño. Así que tomó el subte y empezó a hacer.
Mientras Randazzo y Macri anuncian compras de vagones, prometen más frecuencias y aire acondicionado, los usuarios se derriten en verano y viajan como ganado durante todo el año. Ambos saben que podrán tirar algo más de la soga, ya que los sufridos usuarios del transporte argentino han desarrollado anticuerpos ferroviarios que los hacen capaces de tolerar lo intolerable. Pero la ira, el reproche y la bronca están ahí, "en la cartera de la dama y en el bolsillo del caballero". (La Nación)