22/02/13
La consecuencia del manejo corrupto del sistema ferroviario
A un año de la tragedia de Once, tenemos que escuchar a las víctimas que sobrevivieron y a los familiares de las 51 personas que murieron, para tratar de que su dolor encuentre alguna reparación a través de la búsqueda de la verdad y de la justicia. Tanta muerte nos demanda propuestas constructivas y exige del Estado argentino la garantía de no repetición. Como otras tragedias de esta joven democracia, el 22-F necesita ser nombrado y recordado como un ejercicio insoslayable para aprender a ser mejores, más solidarios, más iguales. El 22-F no se debe olvidar. Como tampoco debemos olvidar a Walter Bulacio, a la AMIA, a la tragedia de Cromagnon, a Luciano Arruga, a Jorge Julio López, a Marita Verón o a Mariano Ferreyra. Los familiares y amigos de quienes fueron víctimas del accidente de Once, con amor y sabiduría, nos invitaron a recordar en unidad y sin otra bandera que la de la justicia. Nos invitan a reunirnos en la plaza del pueblo y a nombrar el dolor, para compartir el reclamo de un país más responsable y solidario. Nos están pidiendo, en síntesis, tomar en serio el drama y transformarlo en un hito de cambio, y eso descarta desdibujarlo en la borrasca de un proceso vertiginoso de anuncios sobre la importación de vagones chinos, plasmas y GPS, y recambio de vías y durmientes. La tragedia de Once es la consecuencia del manejo corrupto, por años, del servicio ferroviario, de la connivencia de un gobierno -o de un sector de ese gobierno- con empresas concesionarias y sindicatos, de la complicidad de los controladores estatales y del comportamiento repudiable de algunos políticos, que tuvieron el cinismo de aplaudir a un secretario de Transporte nefasto o de todavía tolerar al frente del Ministerio de Planificación a quien debería estar sentado en el banquillo de los acusados junto con sus compinches. El 22-F debe ser nuestra ocasión para reconstruir un sistema ferroviario público, con trabajo e ingeniería nacional y gestión honesta, que vuelva a ser nuestro orgullo y puente de unidad territorial y no la penuria cotidiana de los argentinos más humildes y postergados. (La Nación)