17/09/12
El cielo y el infierno, según el tren en el que se viaje hacia La Plata
Una de las cuatro ventanillas de la boletería de la estación de trenes tiene un cartel que dice: "Exclusivo". Allí, el pasaje a Constitución cuesta ocho pesos, y en el viaje, en efecto, no subirán vendedores ambulantes y los guardas estarán atentos para evitar a los arrebatadores. Es el servicio que se anunció hace dos meses "para que los pasajeros que utilizan la línea Roca puedan viajar más rápido y más cómodos", según la publicidad oficial. En el resto de las ventanillas, el pasaje cuesta dos pesos con diez centavos. Es viernes y faltan diez minutos para las 7.33, hora en la que el tren de vagones plateados y limpios se pone en marcha. Las conversaciones, el aleteo de las palomas, los motores de las locomotoras, las voces saturadas del televisor del bar, un reggaeton que sale de algún celular... todo este amasijo sonoro rebota en la bóveda que cubre los andenes. El aire huele a metal y aceite de máquinas, a café hervido y a vapor de salchichas. Afuera, la mañana es soleada, y el aire, transparente. El tren avanza despacio, sale de la estación. Carlos está sentado en una butaca esponjosa y aterciopelada. Es un hombre joven y delgado y trabaja en el área de marketing de una empresa portuaria. "Una bien que hacen. Era hora; no sabés lo que es el tren común, un desastre. Se llena de extranjeros; van a Hudson a trabajar en los countries. No cuidan nada, como no es el país de ellos", dice Carlos, y mira el paisaje de techos del suburbio platense. Un hombre de traje gris, sobretodo gris, medias grises y pelo gris, sentado al lado de la otra ventanilla, cierra los ojos para evitar cualquier conversación. Un poco más atrás, una estudiante de diseño hace saltar el esmalte verde loro de sus uñas. Un sujeto de saco a cuadros y zapatos puntiagudos color suela -que se parece a un maniquí- pone cara de actor frente a la chica, que prefiere seguir mirando sus uñas. Una legión de inspectores controla los pasajes. Debe de haber más inspectores que pasajeros. Luján, de 28 años, empleada del Ministerio de Educación, está conforme. "Hay dos de ida, a las 7.33 y a las 9.09, y dos de vuelta, a las 17.28 y a las 19.04. Los días que no llego, tomo un micro. En el otro tren, hay mucha mugre y mucha gente. Ni siquiera te obligan a pagar el pasaje." El tren se detiene en Villa Elisa. Una brisa fresca recorre los vagones. Eso es lo único que se siente cuando el tren está quieto. Las personas volverán a hablar cuando la atmósfera quede envuelta en los ruidos metálicos del tren. El tren ya no se detendrá hasta llegar a Constitución. Las villas miseria, los vertederos industriales, los otros trenes atestados de gente y mugre: el conurbano más espeso será una película veloz, del otro lado de la ventanilla. (La Nación)