29/11/11
El traspaso del subte pone bajo la lupa los números de la residual SBASE
La  vieja empresa de bandera nacional Subterráneos de Buenos Aires Sociedad del  Estado, desguazada en los ’90, recibirá 213 millones de dólares para las obras  de expansión. En manos del macrismo, sumó irregularidades.    Hay  una sigla que comenzó a abandonar la vida cotidiana de los porteños a partir de  agosto de 1989, cuando un recién asumido presidente Carlos Saúl Menem logró su  “privatización o concesión total o parcial”, junto a un suculento paquete de  empresas públicas. Esa medida, anunciada sobre el fin de la década de los ’80,  significó el arranque de un acelerado proceso de desaparición para la empresa Subterráneos  de Buenos Aires Sociedad del Estado (SBASE) y su vieja sigla de cinco letras,  que identificó al metro porteño por más de 50 años con un logo rodeado de un  círculo celeste y blanco, idéntico al de la antigua YPF. El  pasaje al olvido casi definitivo fue firmado ocho meses después del desguace  total de Ferrocarriles Argentinos. En noviembre de 1993, el único servicio de  transporte bajo tierra (que por entonces tenía cinco líneas, además del  premetro) fue concesionado a Metrovías SA, la empresa del Grupo Roggio que  comenzó a operar la red desde enero de 1994, con un contrato de explotación que  recién terminará en 2017. A  pesar del cambio de manos, y de la millonaria operación que sigue beneficiando  a Aldo Roggio con subsidios estatales, SBASE no desapareció. Sigue funcionando  dentro de la órbita del gobierno porteño, y hace un mes volvió a salir del  olvido, cuando la Casa   Rosada propuso la devolución de la red de subtes a la Ciudad.   Las negociaciones, dicen a  los dos lados de la Plaza de Mayo, serán complejas y prolongadas, pero en el  medio hay un gigante dormido que le frenó todos los plazos al macrismo. Es  SBASE, la empresa estatal que la última dictadura militar le transfirió a la Capital Federal en  1979 y que nació a fines de los ’50, cuando la antigua   Administración General de Transportes de Buenos Aires  privatizó todas sus líneas de colectivos y fue liquidada. Desde la  privatización que impulsó el menemismo en 1993, se convirtió para los  entendidos “en la residual”, es decir, en la sociedad estatal que no explota el  servicio, pero que posee todos los bienes bajo tierra de la red de trenes  subterráneos más antigua y más corta de Latinoamérica. Además, tiene a su cargo  la compra de vagones para la red de 60 kilómetros, que  ahora cuenta con seis líneas y un accidentadísimo plan de expansión que sufrió  largas interrupciones por los recortes de presupuesto ordenados por el jefe de  gobierno Mauricio Macri. En la actualidad, su presidencia está a cargo del  primer ministro de Ambiente y Espacio Público que tuvo la gestión PRO en 2007:  Juan Pablo Piccardo, reconocido como uno de los compañeros del secundario del  magnate en el colegio Cardenal Newman y recordado como el funcionario que creó  la Unidad de Control del Espacio Público (UCEP), la repartición pública que fue  denunciada en la justicia y ante organismos internacionales por perseguir,  hostigar, golpear y desalojar a personas en situación de calle.   El hombre, que se recibió de ingeniero  industrial en la UBA, se desempeñó durante diez años al frente de la cervecera Isenbeck  y fue despedido “con causa”, acusado de una “defraudación millonaria”. Eso no  le impidió desembarcar en los cargos más importantes del Estado porteño. Hace  un mes, quedó virtualmente paralizado de sorpresa y preocupación, cuando se enteró  por los medios de la propuesta del gobierno nacional para devolverle el subte a  la Ciudad y negociar los subsidios estatales para sostener el boleto a $ 1,10.  A pesar del olvido, casi eterno, “la residual” no sólo posee los codiciados  bienes del subte. También tiene potestades para inspeccionar la concesión, y el  año que viene recibirá 213 millones de dólares para continuar con el plan de  obras que establece la extensión de las líneas A, B y H, además de la  construcción de los recorridos F, G e I. “Con el plan integral la red pasará a  tener una extensión total de 106,8 kilómetros, más del doble de la actual”,  dicen los voceros de SBASE en su web oficial. Pero fuera del círculo áulico de  Picc-ardo y de la gestión macrista de SBASE, que arrancó en 2007 con el mandato  de Juan Irigoin, hay datos oficiales que empañan los alentadores pronósticos  del macrismo, como los seis informes de la Auditoría General  de la Ciudad (AGCBA) realizados entre 2007 y 2009, durante los tres primeros  años de gestión PRO, que revelan, en todos los casos, la paralización de las  obras, por “las restricciones presupuestarias dispuestas por el Poder Ejecutivo  de la Ciudad”, es decir, por los recortes ordenados por el mismo candidato a  jefe de gobierno que en 2007 se preguntaba: “¿Pero qué somos? ¿Estúpidos? ¿Cómo  puede ser que no podamos construir diez kilómetros de subte por año?” Cuatro  años después de la campaña que lo llevó a gobernar la capital, el PRO sólo  exhibe un escaso promedio de tres kilómetros construidos en cuatro años.   En cada  una de las operaciones que fueron frenadas, SBASE tuvo que pagar cifras  superiores a los 100 mil dólares para recompensar a empresas contratistas como  Dycasa, Alstom, Cartellone y Roggio, debido a las demoras. Los desembolsos  implicaron otros tantos millones de dólares en los procesos de actualización o  redeterminación de precios que, según la AGCBA, “se apartan de la doctrina  administrativa”, y establecen polémicos cálculos que siempre benefician  holgadamente a las empresas que después entregan las obras terminadas con  demoras superiores a los dos años.  Pero  dentro de los archivos de SBASE todavía quedan algunas grandes operaciones por  resolver, como la compra de 279 vagones, fabricados por la empresa estatal  china CITIC Internacional Cooperation Co.Ltd, a un promedio de 2,3 millones de  dólares cada uno. La operación forma parte de una investigación judicial que  lleva adelante el juez federal Julián Ercolini, originada a partir de una  denuncia contra el entonces secretario de Transporte, Ricardo Jaime, por  “tentativa de delitos contra la seguridad en medios de transporte y comisión  del delito de administración infiel en perjuicio de la administración pública”.  El caso fue denunciado en 2008 por el diputado con mandato cumplido Facundo  Difilippo. El abogado denunció que el Estado porteño, por medio del gobierno  nacional, compró los vagones con sobreprecios superiores al millón de dólares  por unidad. Según  la presentación  judicial, se estarían pagando 2,3 millones de dólares por coche, “en una compra  directa sin ningún tipo de verificación técnica sobre lo que se está comprando  y donde un particular está cobrando un 3% de comisión por dicha operación”. Ese  particular, es Franco Macri,  padre del  jefe de gobierno, que en su calidad de representante de CITIC, anunció el 14 de  noviembre de 2008 que el acuerdo era “por 650 millones” e incluía “vagones de  gran calidad y con los precios ‘más bajos del mercado mundial’ para las líneas  A, B, C, D y E, además de maquinaria, instalaciones, herramientas para  control técnico, capacitación y posventa”.   El detalle, muy poco mencionado, es que los  vagones de CITIC no tienen homogación técnica internacional y, según la  denuncia, se trata de “la misma empresa que quedó afuera cuando SBASE llamó a  licitación internacional para comprar vagones y la declaró desierta, porque,  entre otras cosas, no cumplía con los requisitos técnicos y de seguridad  solicitados en la   licitación.” En agosto de 2005, tres años antes de acordar  con Franco y con Jaime, CITIC había ofertado a SBASE y al gobierno porteño la  fabricación y venta de 15 coches a 14.937.000 dólares, es decir, a un promedio  menor al millón de dólares por coche. En 2008, las mismas piezas fueron  compradas a más del doble, es decir, a 2,3 millones de dólares por vagón. “Sólo  cobraré una comisión del 3% cuando se entreguen”, dijo exultante el patriarca  del clan Macri al diario La Nación, en una entrevista publicada en febrero de  2009, donde sentenció: “Mauricio no debe postularse para presidente.” A  contrapelo de la tirante historia entre padre e hijo, el alcalde le hizo caso a  Franco, cuyas confesiones públicas forman   parte del expediente que investiga los presuntos sobreprecios. Sin  embargo, ese dato jamás fue mencionado en la contrapropuesta que el gobierno  porteño entregó hace una semana. En las negociaciones, esa operación no aparece  en los papeles, aunque el propio jefe de gobierno buscó llegar a un acuerdo con  CITIC para ampliar la red de subtes, un plan que fracasó después de septiembre,  cuando le entregó la construcción de la segunda parte de la Línea H a Techint, por  2277 millones de pesos. Todo, por medio de SBASE, la caja negra de un  transporte público que lleva un millón de personas por día, como si fuera  ganado vacuno. (Tiempo Argentino)
    
