11/02/14
Un siglo bajo tierra
Una historia que hace a la grandeza de un emprendimiento que, cuando comenzó, sólo funcionaba en ciudades de vanguardia.
De los coches belgas La Brugeoise a los  vagones chinos de la actualidad pasaron una incontable cantidad de millones de  pasajeros, entre ellos el Papa Francisco cuando era el cardenal Bergoglio. De  aquellos días del novato siglo XX hasta hoy, casi todos los porteños y también  quienes vienen a trabajar en la abarrotada Buenos Aires transitaron por túneles  y formaciones que viajan veloces bajo tierra, cobrando un precio en la salud de  quienes trabajamos y en los nervios de los padecientes pasajeros que viajan  como el ganado. Los itinerantes a cualquier parte le dieron monedas a ciegos,  pibes o "mangas", hicieron combinaciones erradas o disfrutaron de los  artistas que ejercen bajo tierra. Muchos han sufrido algún susto o presenciado  un robo. Todos hemos comprado cosas útiles e inútiles en el subte. Todas las  grandezas y miserias de Buenos Aires se reproducen sin cesar bajo tierra.
      Hace un año, Las Brujas, aquellos coches  belgas con revestimiento de madera y puertas de apertura manual, corrieron por  última vez por la Línea A y pasaron a formar parte del descuidado patrimonio  histórico de la Ciudad. El subte de Buenos Aires abrió el 1 de diciembre de  1913, el primero de toda América Latina. En aquel momento se puso fin a la obra  Plaza de Mayo-Plaza Miserere, emprendimiento de nivel internacional que sólo  funcionaba en ciudades de vanguardia como   Londres, Berlín o Nueva York. Y hace un año cerró por todo un infinito mes  para celebrarlo.
      Miles de operarios excavaron casi medio  millón de metros cúbicos de tierra que sirvieron para rellenar el Bajo de  Flores  y los caminos de carretones de la  industrial Barracas. Las obras se llevaron las vidas de muchos de ellos en la vorágine  de las construcciones del floreciente Centenario de 1810. El subte actual,  nunca bien mantenido y apenas renovado, sigue lleno de incógnitas para quienes  viajan incómodos por el ruido, el calor o la constante fricción de los cuerpos.
      Cien años no son nada en términos de la  humanidad, pero muchos para mantener el estado de las cosas en una ciudad, y  parecen infinitos cuando el malestar cotidiano por la falta de soluciones  parece no terminar nunca. Cien es un número redondo para llamar a una sensata  reflexión. "La base está", diría algún técnico de fútbol. Lo que  falta es que dejemos de escamotear el dinero de los subsidios, con un adecuado  control lejos de toda complicidad empresas–Estado.
      Un  maravilloso plantel de entusiastas trabajadores que todos los días trata de  ponerle el pecho a errores de diagramas, faltas de mantenimiento, talleres en  peligro mortal que multiplican las "fallas técnicas", y también a las  campañas de desprestigio que se hacen contra el plantel de empleados con  "encuestas" y "voceros" que no aportan sino al odio y la irracionalidad  de sectores del pasaje que ya no escuchan sino una campana corporativa.  Mientras, un ejército de trabajadores nocheros se ve obligado a defender la  ciudadela de los túneles de las necesidades de indigentes, adictos o simples  delincuentes, exponiendo su propio cuero. Y los boleteros quedan inermes por la  falta de custodia policial.
      Los constantes aumentos del pasaje hacen  parecer folclórico el sonido de cospeles de aluminio o de las monedas que eran  empujados con el "fierrito" de los compañeros de control de evasión.  Sepultados por la informática de los boletos electrónicos, van quedando  nuestras razones para que se mejore la ubicación de las máquinas lectoras que  ocasionan enfermedades profesionales relacionadas con el trabajo. Agresiones desmesuradas  (¿PROvocaciones?) han hecho peligrar la integridad de boleteros y guardas.  Nadie parece dar cuenta de las lesiones psiquiátricas que ocasionan los  suicidas con su mirada clavada en los ojos de los compañeros conductores que  nada pueden hacer ante una tragedia urbana que ocurre cada vez con más  frecuencia. Sucesivos aumentos "escalonados" como propone la Ciudad,  pero sin un plan integrado de transporte público, son una escalera mecánica  inflacionaria que solo demuestra la impericia del gobierno porteño, cuyo plan  es un subte para pocos. Es una buena idea que haya tarifas diferenciadas para  trabajadores y estudiantes, pero la engorrosa forma de plantearlo conlleva una  falta de lógica propia, ya que hay bases informáticas como la de la Anses que  servirían para eso. Para una tarifa desmesurada y sin contraprestación como la  que se propone, es imprescindible sumar a docentes y acompañantes escolares.
      Cien años no es nada. Faltan apenas pequeños  detalles para ser felices. Lo primero sería abandonar la lógica liberal. Apenas  un pequeño detalle que hace a la grandeza.
*Secretario general de la Asociación 
      Gremial de Trabajadores del Subte y el  Premetro. (Tiempo Argentino)
