22/01/14
Denuncian que unos 500 pungas y arrebatadores roban en el subte
Es el registro que los “cazapungas” hacen a través de escraches de los pasajeros en las redes sociales. Aseguran que las líneas B y C son las más peligrosas y que casi no hay detenciones.
Jueves, 21.25. El subte B está lleno. En la estación Pueyrredón, la gente que quiere bajar de un vagón no puede hacerlo. Un par de hombres robustos la empujan hacia adentro y bloquean la puerta. Una mujer la emprende a empujones contra ellos, hasta que logra descender, seguida por el resto. Los hombres grandotes también bajan y se van, como si nada. El tren sigue viaje y una chica descubre que le sacaron la billetera.
Así actúan los pungas en el subte.
“Señores pasajeros, cuiden sus pertenencias porque se han detectado arrebatadores dentro de las formaciones”, suelen advertir por los altoparlantes de los vagones. Los pasajeros se miran entre sí con cara de sospecha. Los punguistas son uno de los grandes problemas que afrontan día a día los miles de usuarios que eligen trasladarse bajo tierra.
El subte es tierra de nadie. En 2011, la Policía Federal dejó de estar a cargo de la seguridad y ahora sólo hay algunos efectivos que cumplen adicionales, contratados por el Gobierno porteño. Pero, al igual que antes, suelen estar más atentos a las cajas o a que nadie salte el molinete que a detener punguistas. En los próximos días, se espera que la Policía Metropolitana empiece a patrullar la red.
Ante la sensación de desamparo, algunos pasajeros se convirtieron en “cazapungas” y empezaron a escracharlos, perseguirlos, sacarles fotos y subirlas al sitio de Internet peesba.com.ar o a través del Twitter @pungasenelsubte. Cada tanto los hackean y por eso terminaron perdiendo su Facebook. “Empezamos a hacer esto porque veíamos todos los días cómo robaban, siempre los mismos. Y porque ahí abajo, en el subte, no está el Estado: dependés de vos”, dice Osvaldo, un abogado que no da su verdadera identidad.
Este grupo tiene un registro con fotos y datos de un centenar de los 500 descuidistas que, según Osvaldo, acechan en las líneas subterráneas. Como la Banda de los Gordos, que opera desde hace 15 años, la de “Las Tucumanas” o la de la familia Arnechino. “Ahora hay menos pungas, porque muchos se fueron a ‘trabajar’ a Brasil, por el Mundial”, explica. Y cuenta que consiguen la información infiltrándose con perfiles falsos en los Facebook de los delincuentes.
“Los pungas son oportunistas y cobardes –asegura–. Se dedican a eso porque no requiere armas ni encarar directamente a las personas. Los mejores trabajan solos o de a dos. También hay bandas integradas por familias. Y estas mafias se reparten zonas y horarios”.
El nodo bajo el Obelisco, donde conectan las líneas B, C y D, es uno de los puntos más peligrosos para los pasajeros. También la estación Catedral de la línea D. Y las líneas B y C están infestadas de pungas. Generalmente, se los reconoce porque usan un morral cruzado y un abrigo enrollado en el brazo. “Siempre miran hacia abajo. Además de los pungas, están los arrebatadores, que se paran cerca de las puertas”, dice Osvaldo.
Las tácticas son variadas. A veces uno se ubica delante de la víctima para bloquearle el paso, mientras otro le roba por detrás. “Van cambiando los métodos. Ahora están los vomitadores”, alerta Osvaldo. Algunos vomitan para distraer y otros son una variante de los mostaceros que actúan en la superficie en la zona del Obelisco: ensucian a alguien y, con la excusa de limpiarlo, lo roban.
“En el subte hay pungas argentinos, peruanos y colombianos. Pero el 70% son chilenos, del barrio La Bandera de la comuna de San Ramón. Los mejores usan a Buenos Aires de escala para llegar a Europa, donde su meca es Milán. Para hurtar usan técnicas de magia. Practican con un muñeco con campanas, tratando de sacarle algo del saco sin que suenen”.
El año pasado, un informe del canal trasandino Chilevisión detectó a varios “lanzas” que robaban en el metro chileno ‘trabajando’ en el subte porteño. Incluso, hablaron con algunos. “A lo que hago no lo llamo robar. Es darse una buena vida con guantes blancos ”, diferenció uno. Con cámara oculta, también mostraron cómo un policía que confundió al periodista con un punga en la estación Pueyrredón de la línea D le pidió: “¿Cuánto me querés pagar?”.
Según los cazapungas, hay policías que cobran unos $ 500 por día para dejar actuar a los descuidistas. “Les cobran lo mismo que a los puesteros ilegales. Es que un punga puede llegar a hacer hasta $ 25.000 por mes”, afirma Osvaldo. Otros policías sí los detienen, pero si el damnificado no hace la denuncia y presenta un testigo, no pueden hacer nada más que sacarlos del subte. Y al rato vuelven.
“Siempre hay que hacer la denuncia, para que aparezca en las estadísticas –aconseja Osvaldo–. Si no, el Estado no se va a preocupar por hacer algo. Y hay que recordar que la seguridad se la procura uno. No se puede viajar distraído”.
Sábado, 14 horas. Un hombre sube al primer vagón del subte en la estación Federico Lacroze de la línea B. Estudia el panorama y se sienta al lado de una mujer que lee. Frente a ella, al lado de la puerta, una veinteañera habla a través del manos libres de su smartphone. Corta con una amiga y llama a otra. Algunas estaciones después, el hombre –que evaluó bien a sus dos posibles víctimas– se levanta de un salto, le arrebata el teléfono a la conversadora y sale corriendo. La chica se queda hablando sola, con los auriculares aún puestos. Y tarda un instante en darse cuenta de que la acaban de robar. (Clarín)