14/03/13
La reapertura de la línea A
Da la impresión de que a los argentinos nos cuesta mucho no sólo cambiar, sino también aceptar que las cosas pueden cambiar para mejor. No de otra manera puede entenderse todo el proceso que desembocó en la reciente reapertura de la línea A de subte. Una vez que el gobierno porteño decidió hacerse cargo de los subterráneos de la ciudad, era lógico que también resolviera poner en circulación los trenes cero kilómetro encargados por el gobierno nacional para reemplazar a los centenarios coches de madera de origen belga. Sin embargo, lo que debería haberse transformado en un trámite normal y haber sido saludado por todos los usuarios como una señal de progreso, fue, por el contrario, rechazado de plano por varias organizaciones de la sociedad civil que centraron sus quejas en la "pérdida" de los famosos ejemplares de La Brugeoise, independientemente de que estas formaciones habían dado prácticamente todo de sí -y de que si algo todavía conservaban era lo que quedaba, bastante vandalizado, de la belleza original, unido a todo el pintoresquismo de su tradición- y dejaban bastante que desear con respecto a la seguridad y comodidad que podían garantizar a sus pasajeros habituales. Además de tener capacidad para 36 pasajeros sentados y casi 100 parados, los nuevos coches cuentan con aire acondicionado y cámaras de seguridad, con dispositivos visuales y auditivos de indicación de la estación. Efectivamente constituyen, como dijo el jefe de gobierno porteño, el subte del siglo XXI. Finalmente, y después de haberse llevado a cabo la adaptación -absolutamente necesaria- de los coches nuevos, y la refacción de las estaciones y los andenes, el subte de la línea A reabrió sus puertas dos días antes de lo previsto. Probablemente, por la ansiedad producida por cumplir con las necesidades de los usuarios, la reapertura anticipada en dos días influyó para que, en algunas horas, se produjera un desperfecto técnico que fue rápidamente salvado. Desde entonces, no ha vuelto a haber novedades sobre el servicio, lo cual es la señal acabada de que transcurre con toda normalidad. Hay varias enseñanzas que pueden extraerse de este caso: que, de unir sus esfuerzos el gobierno nacional y el de la ciudad, los subterráneos de Buenos Aires no sólo podrían extenderse como se prometió, sino también volver a ser motivo de orgullo y ejemplo en América del Sur. Que las objeciones y las trabas que se interpusieron no tenían razón de ser, sino que obedecían más que nada a los repetidos obstáculos de índole política que se le ponen al gobierno de Mauricio Macri, sin importar cuál es la opinión de los usuarios propiamente dichos, en este caso de la línea A de subte, pero también en el caso de los vecinos de las plazas recientemente enrejadas, como el caso de parque Centenario. La gestión responsable de los servicios públicos debería ser prioridad para cualquier gobierno, independientemente de los antagonismos políticos que hacen perder tiempo y, lo que es peor, ponen en peligro vidas humanas. Quizás la feliz reapertura de la línea A podría ser un inesperado ejemplo de buen trabajo en común. (La Nación)