10/05/19
La ONG de los trenes antiguos
Una asociación de amigos del ferrocarril de Zaragoza compra desde hace 40 años vagones históricos y lucha por exponerlos en un museo
Para viajar en el tiempo no hace falta la velocidad de la luz. Uno puede saltar al pasado a menos de 100 km/h, camino de Canfranc, en una curva cerrada, con un solo gesto: bajar la ventanilla del compartimento del vagón y asomarte para ver la cabeza del convoy de 200 metros de largo y una docena de coches. Esta máquina del tiempo en la que circulamos está forrada de madera y en la habitación principal tiene un orinal bajo el lavabo, que se guarda inclinado, para que el pis del dictador caiga sobre el suelo de balasto que sujeta la vía férrea.
Unos pocos años después de don Paco, el tren con el que recorría la España sometida para inaugurar algún pantano seguía circulando. Pero una foto de los príncipes don Juan Carlos y doña Sofía sustituía la suya, en el coche donde se reunía con sus ministros. Un día, en una de esas curvas cerradas, el cuadro saltó de su clavo y se estampó contra el suelo. Y la democracia en transición descubrió su veneno oculto: bajo el retrato de los futuros reyes todavía estaba el de Franco. La España atrapada en el tiempo.
En una nave del barrio de Casetas, en Zaragoza, hay cuatro vías de 250 metros cada una, sobre las que se aparcan decenas de vagones históricos. Se conservan impecables gracias a la labor de rescate, custodia y conservación que hace la Asociación Zaragozana de Amigos del Ferrocarril y Tranvías (AZAFT) desde hace 40 años. Con casi un centenar de trenes rescatados de las garras de la chatarra, ya no quieren coleccionar más. Ahora quieren mostrarlos. Reclaman más voluntad política y menos promesas, para no perder el patrimonio industrial que retrata el país pasado.
Un museo vivo
Restauran y protegen la memoria histórica de la España que viajaba sin prisa. Son casi 300 socios y nadie cobra nada. “Más bien, pagamos”, habla su presidente, Carlos Abadías. Cuatro veces al año vuelven a ocupar las vías con el convoy de su “Tren azul”, por el que han abonado 45.000 euros para conseguir el permiso de circulación. “Es un museo vivo”, cuenta Abadías. En cada viaje uno pasa de un vagón de los años veinte, bien de madera y diseño Art decó, a otro de los ochenta, de formica y más apretado. El progreso era eso: más gente en el mismo espacio. También dice que “es más fácil explicar un tren histórico que un cuadro abstracto”.
“Somos una ONG del patrimonio industrial”, cuenta Paco, otro de los socios, jubilado de la ferretería. “La mayoría de nosotros no trabajamos en la Renfe”, dice. “Espera, te doy una peseta de luz”, y se ilumina uno de los coches que salvaron in extremis: aquel día la Guardia Civil paró la pinza del chatarrero, que había empezado a desguazar el coche de Correos por el techo. En otra ocasión negociaron con asaltantes de un edificio abandonado por la Renfe. Había una habitación con el archivo completo de las infraestructuras de la línea Zaragoza-Canfranc, desde 1902 a los ochenta. Acordaron que ellos se quedarían el papel y los otros, el hierro.
Así es la historia de los ‘salvatrenes’: Diógenes de la Renfe, empecinados en almacenar con la esperanza de que la estación de Caminreal se convierta en una de las tres sedes del museo que tienen apalabrado con el gobierno aragonés. La nave de Casetas y Canfranc completarían el trío donde mostrarían su tren más antiguo (de 1902) y esas maravillosas piezas construidas por la empresa que fabricaba los trenes del Orient Express. Llegaron a circular en España de segunda mano, después de haber cruzado Francia durante años.
La Compañía Internacional de Coches Cama (fundada en 1872) encargaba cada cuatro coches la decoración a un artista distinto. “Tenemos ejemplares de siete decoradores distintos”, cuenta Abadías. En ellos rodó Antonio Banderas un anuncio de algo. La empresa cerraba y cedieron, tras años de custodia, la mayoría de los 26 coches. Otros han tenido que comprarlos, lo habitual es 4.000 euros por cinco vehículos. “No vamos a especular con la colección”, advierte Abadías. El heredero de todo es el gobierno autonómico. (El País)