04/08/16
Un ferrocarril con destino al mar
Los compostelanos llevan siglo y medio yendo en tren al arenal vilagarciano
Cientos de bañistas se remojan cada día en las aguas del mar sin soportar atascos ni tener que buscar dónde aparcar, y la mayoría son compostelanos. Para ellos no es novedad, ya lo hacían sus padres y sus abuelos. Entonces, porque no había coche; ahora, porque o no lo tienen o prefieren dejarlo en el garaje y coger un tren que, en media hora, los deja frescos a escasos metros de la playa vilagarciana de A Compostela, que por eso lleva el nombre de la capital de Galicia.
Fue en las primeras décadas del siglo pasado cuando se puso de moda lo de tomar los baños. Las familias pudientes de Santiago, que ya mantenían una estrecha relación con Vilagarcía por el tráfico de mercancías marítimo y la apertura de la primera línea ferroviaria gallega, entre Conxo y Carril, comenzaron a llenar el tren de coquetas sombrillas, enaguas y sombreros con los que protegerse del sol para iniciar una moda que todavía sigue, la del veraneo junto al mar. Las tendencias, ya se sabe, fueron cambiando, y aquellos primeros y generosos trajes de baño de listas fueron poco a poco acortándose hasta llegar a las mínimas expresiones de hoy en día, que también viajan en tren.
Lo que no cambia es la costumbre. Y eso que desde hace décadas, las playas de Barbanza le hacen la competencia al arenal urbano de Vilagarcía, sobre todo desde que las modernas autovías les permiten ponerse en Noia en un suspiro. Pero lo dicho; ni todos los bañistas son conductores ni todos los conductores están dispuestos a llevarse el coche a la orilla del mar, así que el tren sigue siendo una opción tan socorrida como lo era hace 143 años, cuando se inauguró el primer ferrocarril gallego. Cientos de bañistas lo cogen a diario para refrescarse en A Compostela. En las horas punta, entre las doce del mediodía y las cinco de la tarde, medio centenar de pasajeros se suben al convoy con las chanclas, la toalla, la sombrilla, el pareo, el táper y la parentela.
Amigos a la sombra
Como Flor, que está casada y tiene hijos, pero a su familia no le gusta la playa. «Les dejo la comida hecha, me preparo el táper y paso la tarde en la playa. Eso por la semana, porque si es fin de semana y hace bueno, me quedo todo el día en Vilagarcía». Antes iba a la piscina, «pero es mucho más aburrido». A la playa solía ir sola, pero poco a poco, los bañistas del tren se fueron reconociendo y entablando amistad, y si no se juntan en el vagón, lo hacen en el arenal o bajo la sombra de los pinos de la playa de A Concha, que así se llama A Compostela en la parte más próxima al puerto y a la ciudad. Allí, comparten mantel y viandas. Los típicos platos playeros, claro. «Si no tengo ganas de cocinar me llevo un bocata, pero sino, preparo una ensalada de pasta o de garbanzos o una tortilla, o me hago una ensaladilla o unas empanadillas; ya se sabe, lo mejor para la playa...», dice Monse, que lleva toda la vida cogiendo el tren de la costa. «Tengo coche, pero prefiero el tren; me evito las caravanas y buscar dónde aparcar, y además, así me puedo tomar algo, que luego no tengo que conducir». Y lo mejor, que la estación está al lado de la playa, y una vez que se acaba la jornada, se toma el tren de vuelta «y en media hora estás en casa, te das una ducha y ya está. Y al día siguiente puedes volver descansada, ni siquiera tienes que ir temprano; puedes comer tranquila y hasta ver la telenovela y coger después el tren; con el calor de estos días llegas con tiempo de sobra».
La única queja de los pasajeros con destino al mar viene de lejos. «No hay una buena combinación de buses que te lleven a otras playas que no sea A Compostela; As Sinas está ahí al lado, pero las horas de los autocares no coinciden con las del tren».
Pese a ello, no se quejan de su playa, a la que guardan fidelidad eterna las familias compostelanas. Lo mismo que al bocadillo de calamares que saborean antes de volver a casa en el bar Tranquilo, que el nombre ya lo dice todo.