21/10/13

 

A Lincoln, el viaje que pasó de cuatro a nueve horas

 

Con cierta dosis de nostalgia, pero realista a más no poder, mi madre siempre recuerda que hacia finales de los años 50 y comienzos de los 60 el tren Sarmiento que iba de la estación Once a Lincoln (al oeste de la provincia de Buenos Aires) solía tardar poco más de cuatro horas para cubrir los 320 kms. Eran años en los que el ómnibus de larga distancia era una quimera y buena parte de las rutas eran de tierra. Era el mismo tren en el que mi abuelo materno había subido sus ilusiones para ir a dar a aquella tierra de oportunidades, desde el Hotel de Inmigrantes o alguna pensión de mala muerte, en los años 20. Por aquellos años, que arrastraban aún las ventajas del primer peronismo y un desarrollismo incipiente, “el Diesel” –como todavía lo llama mi madre– tenía calefacción y ventiladores de techo, esos de madera que esparcían el polvo por todo el vagón, pero que, como decía mi tío Bocha –maquinista jubilado a la fuerza, luego de que un camión cargado de combustible se le cruzara en la vía, a comienzos de los 70– “llegábamos a ponerlo a 130 en la mayoría del trayecto”. El inicio de la década del 80 coincidió con mis primeros viajes solo a Buenos Aires, en ese mismo tren, con los mismos asientos y ventiladores de techo, pero con una calefacción que se negaba a brindar calor hasta llegar a Bragado, dos horas después de haber salido, a las 6 AM, con la crudeza del invierno de la pampa húmeda escarchada en las ventanillas mal cerradas, cuando las tenía. Aquel trayecto de 4 horas se había convertido en un viaje de 6, algo más de lo que tardaba el ómnibus, pero mucho más barato. Eran tiempos de la primavera democrática y el rol que tenía el tren en aquellos años se podía ver al llegar a Bragado y pasar por los imponentes talleres de reparación. O se palpaba también en un hecho que hoy sonaría a despropósito: con el mismo boleto, uno podía tomar el subte desde Once a Constitución y el tren de allí a La Plata, con sólo mostrar la libreta universitaria. Después vino el menemato, con aquello de “ramal que para, ramal que cierra”. Y cerró, claro, el tren a Lincoln. La bella estación estilo inglés quedó reducida a la nada, hasta que la convirtieron en centro cultural. Hace unos años, el servicio regresó reducido: viernes, sábados y domingo. ¿La demora?

Casi 60 años después y por las mismas vías castigadas, consume entre ocho y nueve horas. Un reflejo de la Argentina de las últimas décadas. (Clarín)

 


Última actualización Lunes 21-Oct-2013 ---- info@puntaderieles.com.ar / info_punta_de_rieles@yahoo.com.ar