24/09/18

 

 

El gran deleite de atravesar Europa en tren

 

 

 

 

Viajamos desde París a Colonia, pasando por Bruselas, a bordo del rápido Thalys.

 

 

Si se disponen de pocos días, no se es amigo del avión y estamos en la capital gala, un modo rápido e interesante de visitar ciudades como Bruselas, Ámsterdam o Colonia, es hacerlo en el Thalys, que desde hace más de dos décadas une varias capitales del Viejo Continente con la ciudad del Sena y que en 2017 sobrepasó los siete millones de viajeros. Trenes cómodos y rápidos, con bar, acceso a Internet, servicio de desayuno, almuerzo y cena en primera clase…

Siempre he dicho que prefiero el tren al avión, cuando se trata de distancias europeas y lo que no falta es tiempo. El tren, aunque sea rápido como este, invita a una vida más relajada, y a encuentros interesantes. Aún recuerdo un viaje a Estrasburgo con Jean des Cars, el escritor galo que publicara, entre otras obras, el voluminoso Dictionnaire amoureux des trains (Diccionario apasionado de trenes), y que guardo con su dedicatoria; o en compañía de novias, hermana o amigos. Además, ha inspirado más historias que el avión a grandes de las letras.

En Thalys, compañía que hoy dirige una mujer, Agnès Ogier, y en el que escribo estas líneas, es fruto de una joint venture entre las empresas de trenes belga, francesa y alemana, al ser principalmente esos países por los que transcurre. Con sede central en Bélgica, sus vagones se distinguen por el color burdeos, y no hay duda de que su presencia y sobre todo la utilización de este medio de transporte por parte de los viajeros, ha jugado en pro de la economía de los países por los que atraviesa, desde 1995.

No es mi primera vez a bordo. He viajado varias veces en él, sobre todo a Bruselas y Ámsterdam. Recuerdo cuando me escapaba de París a la capital europea en el día, para asistir a las ventas especiales en el atelier deDelvaux, esa marca belga de nicho que figura entre mis favoritas. Alguna vez me quedaba a dormir allí –en la ciudad, no en el atelier–, aunque por lo general regresaba en el día. A diferencia del aéreo, donde el cuerpo se resiente por la presión de la altura, al regreso mi cuerpo no sentía fatiga.

Me encamino a la ciudad alemana de Colonia en uno de los seis trenes diarios; a la cuarta en el país de Goethe, tras Berlín, Múnich y Hamburgo. Tren de las 7:55. Madrugón, que no me ha dado tiempo de disfrutar del lounge, la sala de espera Premium. Se agradece el servicio de restauración a bordo, así como que haya a disposición del viajero diarios y revistas, en primera clase. Además de hacer más ameno el viaje –y eso que llegaremos en poco más de tres horas–, junto al Wifi gratuito, resulta un placer alternar la lectura de la prensa del día con los diferentes paisajes de distintos países que nos va regalando la ventanilla.

Es normal en épocas como esta, la veraniega, ver multitud de extranjeros de visita en París que deciden ir a pasar el día a Bruselas, con lo que toman este mismo tren, para regresar al finalizar la tarde. París-Bruselas, 1h22 no está nada mal. Ya Colonia (3h14) o Ámsterdam (3h16) para el día no resultarían del todo prácticas, aunque hay gente, sobre todo ejecutivos, que realizan esos trayectos a lo largo del año sin problema, confesando que ganan más tiempo que en el avión.

En poco más de una hora llegaremos a la estación central de mi destino. No hay nada como salir del corazón de una ciudad, para llegar al corazón de otra. Esa es la gran ventaja del tren. En otra ocasión les hablaré del Eurostar, que une París y Londres en poco más de dos horas, atravesando el túnel de la Mancha y que, aunque ya tiene sus años, hay mucho que contar. (ELHEDONISTA)

 

 

 


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