12/11/15

 

De la gloria al olvido ferroviario

 

 

Alcanadre vivió antaño un tiempo de esplendor propiciado por la estación del tren

Muchos aún recuerdan el 'trajín' del barrio de la Estación cuando la línea ferroviaria transportaba los productos del campo rumbo al País Vasco

La llegada de la línea ferroviaria entre Tudela y Bilbao allá por 1863 fue un hito importante en toda La Rioja. Ese amasijo de hierros bien alineados que cruzaba de un lado al otro la provincia ofrecía innumerables ventajas. Comunicaba a una tierra de agricultores y bodegueros con el resto del mundo en una época en la que los coches eran aún artilugios extraños que pasaban de vez en cuando por las calles aún empedradas de los municipios. Eso en el caso de las ciudades más grandes. En el caso de los pueblos pequeños, como Alcanadre, les hacía salir del ostracismo. Les abría un mundo de posibilidades inusitadas hasta aquella época. Este municipio riojabajeño, alejado por el norte de la carretera nacional vio con la llegada del tren su época de mayor esplendor.
Por aquel entonces, las barcas de fruta colapsaban la pequeña estación que se mantiene con el edificio original. Barcas de pimientos, peras, cereal de los pueblos del valle, uva, vino, espárragos, tampoco faltaba la remolacha que viajaba con destino a la industria azucarera calagurritana. Las primeras empresas del municipio se colocaban cerca de la estación como seña de que ése y no otro era un lugar privilegiado.

EN LA MEMORIA

Muchos son los que recuerdan en Alcanadre uno de los sustos que les deparó el ferrocarril. Fue en el año 1970 cuando un TER con pasajeros que iba a Madrid descarriló tras una intensa tormenta que había dejado las vías en mal estado.
Muchos fueron los vecinos que se acercaron hasta las vías del tren para ayudar en las labores de evacuación de los pasajeros entre los que no hubo víctimas.

«La llegada del tren supuso un momento de esplendor para pequeños municipios riojanos como podía ser entonces Alcanadre o Cenicero», explica José Miguel Delgado, profesor de la Universidad de La Rioja, que reconoce que Alcanadre quizás sea el ejemplo más claro de un municipio que ha ido en paralelo a la utilización del tren.
«Entonces la estación estaba abierta todo el día», recuerda María Jesús Barco, mujer de quien fuera durante años el jefe de la estación del municipio, José Gil. «Hacían dos turnos; de ocho de la mañana a ocho de la tarde estaba Jesús y por la noche el guardagujas y además había otros que trabajaban como factor de circulación que se encargaban de estar pendientes de los productos que se dejaban de un día para otro», cuenta.
Entonces el barrio de la Estación tenía una vida envidiable. «Las muchachas bajábamos los domingos a ver quién venía en el tren, siempre nos encontrábamos con alguien, ese era nuestro entretenimiento, tampoco había mucho más que hacer», cuenta su amiga Mari Luz Gómez, rememorando su juventud. «Había varios trenes a Logroño, allí íbamos al médico o de compras y luego con el recado a casa», relata.
«El tren daba mucha vida al municipio, entonces había mucha gente en el pueblo, ahora cada vez estamos menos», dice Mercedes Barco poniendo sentimiento a los datos. Y es que, entre otros factores, la degradación del uso del tren supuso para Alcanadre un momento de declive. Si a mediados del siglo XX el municipio superaba los 1.800 habitantes, su población fue disminuyendo hasta hoy en día que cuenta con algo más de 700 habitantes.
Ahora la estación de Alcanadre permanece coqueta pero cerrada a cal y canto. Los trenes pasan cada vez más rápidos y cómodos pero ya no dejan ese rastro de vida de antaño, cuando Alcanadre iba a toda máquina. (La Rioja)

 

 


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